22 noviembre, 2012

La música y yo

"Un artista nunca ve las cosas como son. Si lo hiciera, dejaría de ser artista." 


Mi relación con la música a través de los años ha sido igual a la de uno de esos romances de telenovela en el cual sabes desde el día uno que los protagonistas inevitablemente van a terminar juntos viviendo un gran idilio, pero la vida les tiene preparadas una serie de aventuras que los harán juntarse y alejarse una y otra vez hasta que encuentren la forma de consumar su amor en las condiciones adecuadas. 

Desde niño la música me arrulló y se encargó de enamorarme a través de sus historias. Fue así que mediante el genio de Serrat y la sabiduría de Machado, utilizó la voz de mi padre y una vieja guitarra  para enseñarme que todo en esta vida pasa y queda, pues el camino se hace al andar. Esa lección sería la que me ayudaría a entender que la trascendencia de la música no está en la gloria (ni en dejar en la memoria de los hombres tu canción) sino en la paz que te da cada vez que la tocas. 

Consciente de que aún no tenía edad para el amor, la música me dejó vivir mi niñez a solas. Si bien siempre estuvo cerca de mí para tener su velita prendida, puedo decir que fuera de un coro escolar o presentación de fin de año, nos mantuvimos bastante a raya. Nuestra relación se basaba en un principio sencillo de reciprocidad: Yo recurría a ella cada vez que la necesitaba; frecuentemente al principio y al final de una experiencia relacionada con faldas. Ella por su parte, me utilizaba en cada oportunidad para llamar la atención de mis padres y seres queridos, siempre con la esperanza de que ellos se dieran cuenta del gran potencial que tenía nuestra relación. 

Llegando a la pubertad las cosas cambiaron. La música dejó de ser mi amor infantil y se convirtió en mi cómplice. En esa etapa, ella fue para mí como aquella amiga que está eternamente enamorada de tí -y además sería tu pareja perfecta- pero tú estás muy ocupado persiguiendo a otras mujeres que nunca trascenderán en tu vida.  Fue así como, usando aquella vieja guitarra de mi papá, la música me convenció de que ya era hora de que yo fuera el protagonista de aquellas grandes historias que tanto me gustaba que ella me contara. 

Así pasaron varios años; sobreviví a la secundaria y un poco de la prepa contando historias -propias, prestadas e inventadas- acompañado de una guitarra. Para el final de esa época, ya había experimentado lo que era "vivir con la música" pues aunque mis papás me mantenían y pagaban mi escuela; mis lujos de adolescente venian única y exclusivamente de mis ingresos como trovador urbano.    

Pero la música se cansó de ser aquel instrumento que me ayudaba a hacerme notar, ser el alma de las fiestas, emborracharme, ligar, enamorarme y luego acompañarme en mis sufrimientos. Con la juventud en pleno apogeo nuestra relación llegó a un punto en el que ella necesitaba más atención y compromiso; por lo que me puso un ultimatum y me hizo escoger entre ella y mis distracciones sociales. 

Consciente de que la batalla sería más dura de lo común, la música se valió de un gran aliado y se presentó ante mí junto al teatro para invitarme a vivir una nueva aventura. Al cabo de algunos meses yo ya estaba arrastrando la cobija por esta nueva faceta de nuestra relación y fue entonces cuando descubrí que la música era muy celosa, pero también que estar con ella implicaba más que sólo espontaneidad e inspiración. Entendí que la música es ensayo, compromiso, disciplina y sobre todo pasión; por lo que pensar en una relación a largo plazo con ella significaba dedicación total. 

Dejé a un lado mi prometedor futuro como Godinez y le prometí a la música cuidarla, amarla y respetarla en lo próspero y en lo adverso hasta que la muerte lograra separarnos. Vivimos un tórrido romance que en menos de un año nos dejó bastante claro a ambos que nuestra relación no iba a ser lo que esperábamos. Bien dicen que no conoces a alguien hasta que vives con ella o en este caso: vives DE ella.  No obstante, en honor a toda nuestra historia decidimos hacer un último esfuerzo por salvar nuestra relación. 

Fue entonces cuando lo entendí: La música y yo eramos demasiado complejos como para vivir un cuento de hadas eterno y constante como lo hace la mayoría de la gente con sus oficios y profesiones. Si la música era lo que me daba para vivir, entonces siempre iba a vivir para trabajar; y por ende me iba a costar mucho trabajo disfrutarla con todo el ruido que genera la necesidad. Por el contrario, si llegábamos a un buen arreglo en el que yo pudiera "comprometerme" con cualquier otra cosa que me diera para vivir, entonces yo podría vivir siempre para la música. 

Ya sé, suena muy "moderno", diría mi abuelita. Sin embargo eso es lo que ha logrado que hasta hoy la música y yo seamos los mejores amantes del mundo: Nos vemos con la regularidad necesaria para no extrañarnos, pero con el suficiente tiempo de espacio para no hartarnos uno del otro y tenemos perfectamente claro que sólo lo hacemos por el placer de hacerlo. 

Tengo TODO que agradecerle a la música; entre otras cosas el haberme ayudado a conocer a las personas más importantes en mi vida y haber sido parte de mis experiencias más significativas. No se cuanto tiempo nuestra la estabilidad actual, pero se que tenemos toda la vida para descifrar cuál será nuestro siguiente paso. 

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